He pensado en tu nombre muchas veces
a pesar de ser nube en la distancia,
eras niebla y recuerdo de un pasado
y despacio, muy lejos, te marchabas.
Más el soplo de estrellas siderales
una luz me mandaba hasta mi casa,
unas sombras de huellas que se pierden
en el fondo profundo de la nada.
Pero yo, como siempre, incoformista,
ese nombre repito con prestanza,
es un grito que sale de mi pecho
en la noche profunda que me asalta.
Siento miedo, y también escalofríos,
una bruma me ahoga y atenaza,
tu presencia palpita todavía,
en la sangre que llega hasta mi alma.
No quisiera que mueran los recuerdos,
ni tampoco las rosas de la plaza,
es preciso que llegue ese suspiro
con la nota que arranca la mañana.
Más yo sigo pensando en tu figura,
tus caderas y curvas delicadas
y también la sonrisa de tus labios
que con gracia, paciente, me mostrabas.
Allí estabas plantada en aquel cuadro,
y una sombra alteraba tu mirada,
la pupila buscando el horizonte
una tarde de otoño en la montaña.
A tu lado, mirándote despacio,
era yo el testigo de tus ansias,
contemplaba aquel cuadro tan hermoso
y el ocaso dorado sin palabras.
Pero ahora tu nombre yo repito
en los bosques de robles y de hayas
y los mismos se quedan sorprendidos
y sus hojas derraman por el agua.
Baja el río a su lado raudamente
y tu nombre murmura en las gargantas,
lo repite seguido y sin descanso,
como el eco que emite mi plegaria.
Rafael Sánchez Ortega ©
19/10/10
a pesar de ser nube en la distancia,
eras niebla y recuerdo de un pasado
y despacio, muy lejos, te marchabas.
Más el soplo de estrellas siderales
una luz me mandaba hasta mi casa,
unas sombras de huellas que se pierden
en el fondo profundo de la nada.
Pero yo, como siempre, incoformista,
ese nombre repito con prestanza,
es un grito que sale de mi pecho
en la noche profunda que me asalta.
Siento miedo, y también escalofríos,
una bruma me ahoga y atenaza,
tu presencia palpita todavía,
en la sangre que llega hasta mi alma.
No quisiera que mueran los recuerdos,
ni tampoco las rosas de la plaza,
es preciso que llegue ese suspiro
con la nota que arranca la mañana.
Más yo sigo pensando en tu figura,
tus caderas y curvas delicadas
y también la sonrisa de tus labios
que con gracia, paciente, me mostrabas.
Allí estabas plantada en aquel cuadro,
y una sombra alteraba tu mirada,
la pupila buscando el horizonte
una tarde de otoño en la montaña.
A tu lado, mirándote despacio,
era yo el testigo de tus ansias,
contemplaba aquel cuadro tan hermoso
y el ocaso dorado sin palabras.
Pero ahora tu nombre yo repito
en los bosques de robles y de hayas
y los mismos se quedan sorprendidos
y sus hojas derraman por el agua.
Baja el río a su lado raudamente
y tu nombre murmura en las gargantas,
lo repite seguido y sin descanso,
como el eco que emite mi plegaria.
Rafael Sánchez Ortega ©
19/10/10
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