No lucharé por causas imposibles
aunque al final me espere el paraíso,
atrás quedadon tiempos y personas
envueltos con la estela de los libros.
Me quedaré mirando al horizonte,
a la figura esbelta del navío,
que pasa con gaviotas a su lado
y marchan a la costa hacia sus nidos.
No soñaré ya más con Dulcineas
ni con hadas, princesas y castillos,
ni con la Mancha alegre y el Toboso,
y menos con posadas y molinos.
Me quedaré escuchando los romances
que cuentan los viajeros peregrinos,
y sonreiré de paso quedamente,
pensando en los sueños de los niños.
No llorará mi alma por la ausencia
tampoco el corazón dará suspiros,
y sentiré la soledad con el silencio
llegando con su manto y con su frío.
Me quedaré mirando a las estrellas,
sabiendo que me envían sus latidos,
esos pequeños rayos tan traviesos
que mandan a la tierra con sus guiños.
No buscaré la rosa de los vientos
con brújula, mirando al infinito,
y dejaré que pasen los inviernos,
y lleguen los calores del estío.
Me quedaré mirando la campiña,
la avena, los trigales y los pinos,
y buscaré los surcos en la gleba
trazados por arados y por trillos.
No sentiré sonar a las campanas
que llaman a la misa los domingos,
porque estará mi corazón ausente,
sangrando por la pena, y malherido.
Me quedaré mirando como llega
la muerte y la guadaña con su filo,
y cerraré los ojos simplemente
para dormir por siempre entre los lirios.
Rafael Sánchez Ortega ©
02/10/10
aunque al final me espere el paraíso,
atrás quedadon tiempos y personas
envueltos con la estela de los libros.
Me quedaré mirando al horizonte,
a la figura esbelta del navío,
que pasa con gaviotas a su lado
y marchan a la costa hacia sus nidos.
No soñaré ya más con Dulcineas
ni con hadas, princesas y castillos,
ni con la Mancha alegre y el Toboso,
y menos con posadas y molinos.
Me quedaré escuchando los romances
que cuentan los viajeros peregrinos,
y sonreiré de paso quedamente,
pensando en los sueños de los niños.
No llorará mi alma por la ausencia
tampoco el corazón dará suspiros,
y sentiré la soledad con el silencio
llegando con su manto y con su frío.
Me quedaré mirando a las estrellas,
sabiendo que me envían sus latidos,
esos pequeños rayos tan traviesos
que mandan a la tierra con sus guiños.
No buscaré la rosa de los vientos
con brújula, mirando al infinito,
y dejaré que pasen los inviernos,
y lleguen los calores del estío.
Me quedaré mirando la campiña,
la avena, los trigales y los pinos,
y buscaré los surcos en la gleba
trazados por arados y por trillos.
No sentiré sonar a las campanas
que llaman a la misa los domingos,
porque estará mi corazón ausente,
sangrando por la pena, y malherido.
Me quedaré mirando como llega
la muerte y la guadaña con su filo,
y cerraré los ojos simplemente
para dormir por siempre entre los lirios.
Rafael Sánchez Ortega ©
02/10/10
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