Miraba al mar, lejano, aquella tarde,
y sus olas llegando hasta la playa,
contemplaba con ojos de cobarde
esas gotas que escalan la muralla.
La muralla es la costa, sin alarde,
donde asoma en su alto la atalaya;
allí el leño ilumina, mientras arde,
a la barra y bocana, en que se halla.
Divagaba y pensaba ensimismado,
en marinos y barcas que sufrieron
y, en los duros momentos que pasaron.
¡Cuántos barcos se hundieron a su lado!,
¡cuántos hombres en ella perecieron!,
y al final, ¡cuántos otros se salvaron!...
Rafael Sánchez Ortega ©
03/10/10
y sus olas llegando hasta la playa,
contemplaba con ojos de cobarde
esas gotas que escalan la muralla.
La muralla es la costa, sin alarde,
donde asoma en su alto la atalaya;
allí el leño ilumina, mientras arde,
a la barra y bocana, en que se halla.
Divagaba y pensaba ensimismado,
en marinos y barcas que sufrieron
y, en los duros momentos que pasaron.
¡Cuántos barcos se hundieron a su lado!,
¡cuántos hombres en ella perecieron!,
y al final, ¡cuántos otros se salvaron!...
Rafael Sánchez Ortega ©
03/10/10
¡Cuántas veces naufragamos, mirando al mar, marinero..., y cuántas tb. nos levantamos,
ResponderEliminarhabiéndole dicho lo q soñamos!.
Te sonrío con el Alma.
Sí, DesdMiVentana, quizás por eso mismo, y por la metáfora que bien señalas, surgieron los versos de este soneto.
EliminarUn abrazo en la tarde.