miércoles, 22 de diciembre de 2010

LLEGADA DE LA NOCHE




Son apenas las seis de la tarde
y ya es de noche.
En realidad me gustaría cerrar los ojos
y sumergirme en un sueño profundo.
Un sueño donde ese abrazo tan deseado
fuera la fuerza vital para seguir viviendo,
para sentir en él ese latido de la vida
que me llama y que me grita
que hay que seguir adelante,
que el mundo no se para por las guerras
ni las lágrimas,
ni porque un niño pierda a sus padres,
ni porque un rico coma lujuriosamente
en un restaurante de lujo.

Pero a pesar de todo necesito ese abrazo,
necesito ese soplo que roce mis mejillas,
necesito el calor de esos dedos
que se deslicen por mi alma
para que lustren esa superficie reprimida
de mis lágrimas,
tanto tiempo contenidas,
esos suspiros que en el pecho yacen escondidos,
y con miedo a que otras personas
los descubran.

Necesito ese abrazo limpio y sincero
que no busque más que al niño
que se oculta entre los pliegues de un ropaje
que no es suyo,
esa cara asustadiza que contempla lo que pasa
por la vida y no la entiende,
esa mano que se aferre sin dudarlo, con mi mano,
y me diga que no es eso,
que el vacío no es la meta ni el final
de tanto tiempo ya vivido,
que aún existen muchas cosas importantes
que me esperan
y me animan a vivirlas.
Que aún exixte un largo invierno, por delante,
con sus nieves,
unos hombres y mujeres con sus lápices a punto
y sus letras en el alma
y que debo estar atento a lo que dicen,
a sus gestos,
a sus risas,
a sus voces temblorosas,
a sus miedos y temores
que desgranan lentamente en el cuaderno.

Tengo sueño y tengo miedo de mi mismo.
Es la eterna realidad que me acompaña
desde años,
es la búsqueda incesante de mi norte
que se escapa entre los dedos,
de esa estrella misteriosa
que en la noche brilla fuerte
y se desliza en un segundo,
sin que pueda retenerla,
ni mis dedos alcanzarla.

Sin embargo necesito tu latido
y el rumor de tu llegada,
necesito ese salitre misterioso
que me viene de tus labios,
necesito ese beso que me mandas,
ese dulce escalofrío que me hiela las entrañas
y me dice que allí estás,
entre la arena de la playa,
en el manto misterioso de color verdeazulado,
con tus rizos tan dorados,
con tu cuerpo sinuoso de sirena,
con los senos que palpitan y me llaman,
con tus labios que musitan ese nombre
que es mi nombre...

Rafael Sánchez Ortega ©
21/12/10

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