miércoles, 29 de junio de 2011

ENTRE LA NIEBLA...


Ahora podría hablarte de mi
y de mis cosas.
Hablarte de mi infancia,
de mis juegos,
de aquello que tuve y también de aquello
que soñaba,
pero estoy seguro de que mi vida
no es distinta a otras muchas
y quizás tampoco de la tuya.


Es cierto que carecí de muchas cosas,
de detalles importantes y de otros
que no lo eran tanto, vistos desde ahora,
aunque entonces me parecían vitales,
pero eso es algo que a todo el mundo
le ha ocurrido.


Quizás la diferencia seas sustancial y única,
esa que nos distingue de los demás,
pero no tan profunda como a veces pensamos.
Por ejemplo puedo decir que yo siempre
he estado buscando algo y a alguien,
aunque ese algo que buscaba fuera inalcanzable
y algo abstracto,
hasta el punto de que yo mismo ni sabía
qué buscaba.
A veces era una persona,
otras una meta de llegada
y en otras convertirme en el héroe
que trataba de ser en aquellos años infantiles.


Crecí con estrecheces y carencias,
pero crecí y pasé de la infancia a la juventud
y fui libre.
Volé con mis sueños tratando de surcar los cielos
y me encontré de bruces con la cruda realidad.
El amor y el dolor estaban muy unidos
y casi siempre aparecían juntos
como el anverso y el reverso de una misma moneda.
Así que amé y lloré,
como amamos lloramos todos,
aunque yo lo comencé a hacer en mis versos,
en esas letras que fueron formando mi secreto diario
y que guardé celosamente.


Aquí si que creo que fui distinto,
al menos por lo que escuchaba a mis compañeros
y amigos,
y también por lo que leía entonces.
Yo amé a ese algo y a ese alguien que buscaba,
y también lloré por su causa.
No me entregué a una causa perdida en aquellos años,
aunque un sentido romántico de la vida
me llevara a desarrollar un sentimiento
sin decir una palabra,
sin intercambiar una mirada
y sin buscar unos labios.


Recuerdo la primera mano que tocó mi mano
y recuerdo aquel momento tan sagrado.
Sin embargo aquella mano y aquel cuerpo
no fue el destinatario de mis labios
en su primer beso,
porque así estaba escrito en mi destino.


Un día conocí a una chica y comenzamos
a intercambiar nuestras vivencias.
Yo tenía quien me escuchara
y ella se sentía protegida a mi lado.
Salimos muchas veces,
paseamos,
contemplamos los atardeceres
y fuimos capaces de ver pasar a las gaviotas
camino de la costa
mientras el sol se ocultaba en el horizonte.


Recuerdo un baile,
una música suave,
un vals.
Recuerdo su cuerpo entre mis brazos,
su cara apoyada en mi pecho
y aquellos pasos velados en la noche,
bajo la sombra vigilante del Seminario.
La música sonaba y nuestros cuerpos, abandonados,
giraban sin pausa,
ajenos al baile y a todo lo que sucedía alrededor.
De pronto paró la música y no nos separamos.
Yo acaricié su rostro risueño
y las pupilas silentes me hablaron.
Levanté su cara y busqué sus labios.
Y allí nos besamos,
en el silencio de la plaza,
hasta donde llegaba la música del baile
tan cercano.


Al día siguiente salió el sol
y comenzó un nuevo capítulo en nuestras vidas.
Nos amamos, ¡sí!, de eso estoy seguro
y amé como nunca había amado antes.


...Por eso decía al principio
que podría hablarte de mi,
y hablarte largo y tendido de mi infancia
y de mi vida,
porque mi vida,
como la tuya y la de los que nos leen,
es una larga novela con miles de capítulos
por escribir,
aunque este capítulo, que te acabo de contar,
fuera compartido y no mío en exclusiva,
porque tú estabas en él,
aunque ya no lo recuerdes.


Rafael Sánchez Ortega ©
29/09/11

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