Una hoja del árbol se mueve indolente,
parece que flota, parece que duerme,
de pronto despierta y vuela a su suerte,
da vueltas y gira y al suelo se viene.
Allí da dos pasos al norte y al frente,
también le entran dudas y al fin retrocede,
parece que baila un vals en la nieve,
parece que juegan sus nervios silentes.
Yo miro a la hoja que a mi me enternece,
la miro sin prisas, la miro de frente,
y veo que en ella hay letras perennes,
hay versos escritos que gritan y sienten.
La hoja dorada no busca placeres,
no busca el aplauso, tampoco los quiere,
prefiere ser libre, volar a su suerte,
marchar por el mundo a dar lo que tiene.
Atrás queda el árbol, raíz de saberes,
el tronco arrugado, las ramas tan verdes,
con él queda el fruto de tantas mercedes,
los robles, las hayas, se inclinan al verle.
Un día un muchacho acude a la fuente,
se inclina a las aguas, las toma y las bebe,
repara en el árbol con sombra celeste,
y cierra sus ojos el joven valiente.
Él sueña con ciervos, también con cipreses,
con Hadas del bosque, con Elfos de siempre,
de pronto sonríe, se toca las sienes,
y buscan sus manos la hoja paciente.
La toma y la mira, la ve tan endeble,
la aspira y la besa, la dice que vuele,
que marche a otras tierras, así tan alegre,
dejando su estela de amor tan ardiente.
Rafael Sánchez Ortega ©
la aspira y la besa, la dice que vuele,
que marche a otras tierras, así tan alegre,
dejando su estela de amor tan ardiente.
Rafael Sánchez Ortega ©
26/05/11
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