Inocente creí, desde la infancia,
que el amor era el centro de la vida,
que podían surcarse los caminos
y dar bueno el sudor de cada día.
Porque el fin era noble y era justo,
una bella ilusión reverdecida,
que animaba sin más los corazones
y afloraba en los labios con su risa.
Pero el tiempo implacable no perdona
y marchita las flores más bonitas,
es entonces, en tiempo de galerna,
cuando llega la niebla a las pupilas.
Se oscurecen quizás los corazones
y la sangre en las venas no palpita,
las palabras no salen de la boca
y se quedan heladas las sonrisas.
No sé bien porqué pasa todo esto,
y si es culpa del mal y la mentira,
o si acaso el amor es solo un sueño
"una eterna ilusión y fantasía".
Me detengo de pronto en el recuerdo
y contemplo aquel niño de la orilla,
escribiendo poemas y relatos
en la tarde de otoño que termina.
Yo le observo mirando el horizonte
y buscando a la musa en la cuartilla,
pero ella coqueta y juguetona
impaciente a su prisa resistía.
Y contemplo también aquel anciano,
en el parque sentado que dormita,
quizás sueña también con el pasado
y en las horas caducas de vigilia.
Él luchaba en el mar, en un proyecto,
por el pan y el jornal de su familia,
y lograr con sudor y con trabajo
el amor que pedía con justicia.
...Pero debo seguir con mi camino
y dejar el recuerdo con la brisa,
el amor sigue estando en mi costado
y es mi alma sincera quien lo grita.
Te he buscado mi amor irreverente,
y te busco y persigo cada día,
en la vida que muere y que renace
y en el alma que ama y que suspira.
Rafael Sánchez Ortega ©
01/06/11
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