Oigo una voz que llega a mi conciencia
con preguntas del tiempo y del pasado,
son rumores que llegan con el eco
de una vida que marcha hacia el ocaso.
Ya se ocultan las luces del gigante,
de ese sol que nos deja sin sus rayos,
y lo empuja a otras tierras sin frontera
esta noche que llega con su manto.
Me remuerde la voz con sus preguntas
que requiere los días ya lejanos,
y también de personas muy queridas
que robaron un beso de mis labios.
Yo sonrío nervioso entre la niebla
y contemplo las hojas de los álamos,
y también a los robles y cipreses
por el viento nordeste ya curvados.
Contaría, sin duda, muchas cosas,
si tuviera el valor para expresarlo,
más mi boca retiene la respuesta
a la voz que reclama lo que guardo.
Pero creo que debo reprimirme
y buscar en la música su encanto
y dejar que palpiten las estrellas
con la voz silenciosa de hace años.
Es posible que existan las respuestas
en el pecho impaciente de los astros,
y también de la música sin nombre
que tomé tantas veces del piano.
Con la música soñaba con princesas
y con bosques perdidos y encantados,
y soñaba también, con la conquista
de castillos a lomo de caballo.
Más confieso mi pobre fantasía,
y los sueños de un pobre parvulario,
que veía quizás en Don Quijote
como meta a evitar en su fracaso.
Ahora el tiempo pasado ya no existe;
sí la voz que me pide su reclamo,
y aquí estoy, silencioso y ante ella,
sin saber qué decirle y esperando.
Sólo espero las sombras de la noche,
y con ellas la estrella que en lo alto,
me deslumbre de nuevo con sus luces
y me ofrezca de veras un abrazo.
Rafael Sánchez Ortega ©
02/06/11
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