Amasaré con trigo y con cebada
la hogaza de la mesa dominguera
y amasarán también con sed mis labios
el beso que te lleve mi promesa.
Por una humanidad más justa y libre
daría, de mi vida, lo que fuera,
incluso el sacrificio de mis versos
y el silencio de todos mis poemas.
Pero la realidad es bien distinta
y asusta la verdad que nos rodea,
asusta el egoísmo de los hombres,
los odios, las mentiras y las guerras.
Entonces vuelvo al pan de los domingos,
al plato bendecido y a la mesa,
al caldo que de niño recibía
y al rancho sugerente de las fiestas.
Recuerdo con cariño aquella hogaza,
mis dientes masticando su corteza,
las migas rebañando los sobrantes
de alubias, de garbanzos y lentejas.
No puedo comentar las sensaciones
que entonces producía mi cabeza,
vivía en aquel mundo de familia
hurgando las entrañas de la tierra.
Un día me entregaron una azada
y un campo muy plagado de maleza,
debía, sin arado, desbrozarlo,
y a punto de plantar lo que se diera.
Sonrío cuando pienso en las patatas
sacadas con paciencia de la gleba,
tras meses de regarlas y rozarlas
a fin de que nacieran y crecieran.
Con todo, y en los meses del estío,
cavaban las azadas las cosechas,
guardando aquellos frutos en desvanes
perdidos entre hollines y azoteas.
Más dejo los recuerdos, son pasado,
de tiempos ya vividos y leyendas,
son sueños concebidos en la infancia,
proyectos que marcaron una época.
"...Amasaré con trigo y con cebada
la hogaza de mi alma, con paciencia,
y amasaré, de nuevo, sin pensarlo,
el beso con el pan que tú deseas..."
Rafael Sánchez Ortega ©
25/09/11
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