Estaba yo también en esa esquina
pensando si cedía o si luchaba,
si daba mi limosna como todos
a cambio de tener una esperanza.
Miraba aquellas piedras sin sentido,
la sombra de mi oscura encrucijada,
el vaso tentador de aquella copa
mis labios tan sedientos lo anhelaban.
Estaba en un desierto vacilante
en medio de las dunas y sin agua,
veía aquella copa sugerente
tan fresca y rezumando tan lozana.
Entonces yo dudé, porque soy hombre;
la carne protestaba contra el alma,
los sueños del amor y las promesas
cedían a señuelos y añagazas.
La flor de la ilusión estaba viva
y ardía por mi sangre la retama,
quería confundirme con tu cuerpo
en tarde de pasión desenfrenada.
Pero algo me detuvo en ese instante,
las luces del ocasa que marchaba,
la dulce melodía de la alondra
la bella mariposa con sus alas.
Yo andaba confundido por la tierra,
sumido entre la arena de mi playa,
tenía dos caminos por delante
y en ambos yo tenía la palabra.
Tenía que marchar a mi destino
dejando las pasiones a mi espalda,
debía de frenar y atar la brida
del joven corazón que tanto amaba.
Entonces yo lloré, como los niños,
con lágrimas silentes y calladas,
lloré por mi conciencia tan estrecha
y el trozo de pastel que me dejaba.
De pronto se agitaron los rosales,
y pude ver la alondra entre las ramas,
estaba vigilando lo que hacía,
siguiendo mis pupilas y mi cara.
Y el alma que tenía con mil dudas
sintió el escalofrío y llamarada,
debía continuar con mi camino
por mucho que la tierra me llamara.
Rafael Sánchez Ortega ©
26/09/11
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