Me detengo y escucho este silencio,
el que llena las eras y los campos,
el que inunda de amor las margaritas
y el que deja la paz al camposanto.
Un silencio buscado por las almas,
las que gritan y sufren sus pecados,
las que miran ansiosas hacia el cielo,
las que buscan a Dios en el espacio.
Pero Dios está ahí, en el silencio,
en la mata, en el río y en el álamo,
y también en campinas y abertales
y en el fondo profundo de los lagos.
Es hermoso escuchar este silencio
y dejar nuestros ojos en descanso,
para ver y apreciar las maravillas
que florecen sin pausa a cada lado.
Una vez escuché, cuando era niño,
que el silencio es premisa de un abrazo,
porque allí, donde nacen los silencios,
estarán los amantes abrazados.
Y por eso yo busco en el silencio
el abrazo que venga de los campos,
el que surge de casas y de sierras
y el que deja en la gleba los arados.
También va con las nubes el silencio
y se escucha en los templos solitarios,
y en las calles y plazas silenciosas
y en el agua que cae de los tejados.
Es por eso que busco este silencio
y respeto el sonido de sus llantos,
y también la sonrisa cantarina
que me ofrece de pronto sin pensarlo.
Rafael Sánchez Ortega ©
Cervera de Pisuerga, 14/09/11
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