Huele a fresas y a lavanda,
a colonia de azucenas,
a jazmines desprendidos
con perfumes de gardenias.
Es la carne sonrosada
de una nueva primavera,
en la niña que ha nacido
con sonrisa siempre eterna.
Sus manitas inocentes
por el aire ya gatean,
dibujando filigranas
y buscando las estrellas.
Yo la miro y la remiro
y la vista se me alegra,
cuando veo su carita
sonriente y siempre tierna.
Esta niña que ha venido
es un ave que ya vuela,
cual gaviota por los mares
y las olas con sus trenzas.
Es la esencia de la vida,
con la magia que planea,
de su cuerpo y de su alma
que nos deja su presencia.
Su carita redondeada,
su boquita tan pequeña,
sus orejas incipientes
y esos dedos que aletean.
Es tan lindo este conjunto
que hasta el pecho se me altera,
porque sé que en ese cuerpo
corre sangre de mis venas.
Yo la sigo embelesado
mientras ella balbucea,
esas jergas sin palabras
de su lengua tan traviesa.
Hoy llegaron las alondras
y gorriones a la fiesta,
desgranando en sus canciones
una dulce duermevela.
"...Huele a fresas y a lavanda,
a una savia nueva y fresca,
en el cuerpo de una niña
que desprende su inocencia..."
Rafael Sánchez Ortega ©
06/09/11
¡Oh!, Rafael, ¡Es precioso!
ResponderEliminarQué ternura, qué emoción, qué orgullo de abuelo:
"[...]que hasta el pecho se me altera,
porque sé que en ese cuerpo
corre sangre de mis venas."
Gracias por dejarme el enlace, me he emocionado contigo.
Un beso, amigo mío.
Isabel
Gracias Isabel, esto es lo que aflora cuando sentimos nuestra sangre en esos cuerpos infantiles. Por eso entendí y sonreí, al leer tus poemas a tu nieta.
ResponderEliminarUn beso para ti en esta noche,
Rafael