En esta casa mía
de paredes muy viejas,
pelean los recuerdos
por volver a la tierra.
Pero yo los evito
y no quiero que vuelvan,
que se queden lejanos
y en el polvo se mueran.
Que se queden distantes
las mañanas aquellas,
en que vi la alegría
tras las sábanas negras.
Que no vengan ahora
reclamando su prenda,
ni que pidan favores
de la mano que tiembla.
Porque un día marcharon
por la oscura alameda,
y se fueron de viaje
sin hacer las maletas.
Y allí fuera, en el parque,
los dejé con la niebla,
en el verde silencio
y trepando en la yedra.
En esta casa mía
tengo puertas ligeras,
con las tejas ancianas
y ventanas abiertas.
Pero aún tiene brío
y el frescor lo conserva,
y también el donaire
y sonrisa de fresa.
La sonrisa que un día
a mis labios viniera,
de unos labios sinceros
con un beso de menta.
Y aquel beso sagrado
en mi pecho se queda
y lo dejo guardado
en la cárcel sin rejas.
Esa cárcel del alma
donde están las sirenas,
entre Elfos y Gnomos
con las lindas princesas.
Pero el alma que mira
a lo alto, a la estrella,
es un alma que vive,
y palpita despierta...
En esta casa mía
los recuerdos se mezclan,
en un baile sin nombre
al compás de las velas.
Rafael Sánchez Ortega ©
02/09/11
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