De nuevo vino
la lluvia hasta mi lado
y me mojó.
Gotas del cielo
perdidas de unos ojos
casi invisibles.
Pero ese roce,
sublime, de su llanto,
me entristeció.
Quiero la lluvia
que riega, dulcemente,
calles y campos.
Quiero sentirla,
mojarme con sus gotas,
y suspirar.
Quiero que apague
la sed de mis entrañas
en el silencio.
Pero no quiero
la lluvia entristecida
que me contagie.
Esa me sobra,
prefiero que se quede
en otros ojos.
Y si no puede
que baje hasta la tierra
y vaya al mar.
Que allí se calme,
se mezcle y purifique
con el salitre.
Rafael Sánchez Ortega ©
05/11/22
Cuántas formas podemos dar a esa lluvia, unas que nos moje los campos y sean saludables, pero a la vez otra nos puede afectar y sentirnos tristes.
ResponderEliminarPues ni una cosa ni otra, la belleza de tu poema nos hace sentirnos libres como tus mariposas. Un besote Rafael.
Gracias Campirela.
EliminarUn abrazo.
La lluvia es muy importante, Rafael. Cuando estamos de buen ánimo la recibimos agradecidos, cuando estamos tristes, aumenta nuestra tristeza. Sin embargo la lluvia nos limpia el mundo, nutre los campos y nos llena de vida. Es todo un regalo del cielo, amigo.
ResponderEliminarMi abrazo y mi ánimo, compañero de letras.
Es cierto que la lluvia es un regalo del cielo, María Jesús.
EliminarUn abrazo.
Una lluvia que limpie, que se lleve lo malo.
ResponderEliminarBellos versos ❤❤👏👏
Gracias Galilea.
EliminarUn abrazo.