He llegado hasta ti, mi poesía,
como un pájaro cantor desnudo
volando por desiertos y por mares
para dejarte al fin mis atributos.
Yo rechacé los fáciles consejos
para escribir un tanto más seguro,
para expresar habilidosamente
la esencia de la vida y el terruño.
No quise renunciar a dicho vuelo
por culpa de palabras y del hurto,
quería presentarme ante tus ojos
cansado tras la brega de mi pulso.
Cansado y orgulloso, al mismo tiempo,
llevando entre mis letras este fruto,
la esencia de la vida y de la muerte
la eterna poesía de lo absurdo.
Ya sé que mis palabras estremecen
y son como miradas del verdugo,
la soga con que ahoga los sollozos
el hombre ante la nada, e inseguro.
Más quiero que se animen vuestros ojos
y observen la belleza de este mundo,
la dulce primavera que ha llegado,
y el brote de la vida en un minuto.
Los niños recuperan la sonrisa,
las madres lo celebran y hacen punto,
las aves recuperan sus cantares,
y el río se entremezcla con los juncos.
De nuevo se estremecen los cipreses
y lo hacen por encima de los muros,
la brisa del nordeste los abraza
y deja entre sus ramas un susurro.
Me encuentro transportado, poesía,
tus letras son el caldo del orujo,
los versos son las nubes celestiales
y forman un poema en su conjunto.
En esto yo me digo que he llegado,
concluye mi periplo vagabundo,
me fundo en el poema con mi sangre,
mi alma y mi locura es el conjuro.
Rafael Sánchez Ortega ©
11/05/12
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