Me repongo un instante del cansancio
y descansan las prendas de mi alma,
las alondras volando por mi pecho,
y también esas nubes encantadas.
Cae la lluvia y me ducha dulcemente
apartando los llantos de mi cara,
renovando a mi espíritu maltrecho
y besando las llagas de mi espalda.
Es el alto quizás del peregrino,
el que busca en la tarde la posada,
el que marcha a poniente sin demora
a tomar unas conchas de la playa.
En la vida se toman mil respiros,
y por eso las sombras y paradas,
se agradece la brisa de la costa
y la lluvia alegrándote la marcha.
Pero hay algo que viene a la memoria,
como hoja del árbol deslizada,
son los ojos buscando tu figura
y también ese pliegue de tu capa.
Porque tú, creador de sentimientos,
te elevaste de pronto con tus alas,
y dejaste en el suelo a los actores,
enzarzados en luchas y batallas.
Así son, los poetas, peregrinos,
y a la vez escribanos de palabras,
los notarios que pasan por la vida
reflejando sus letras lo que pasa.
Es por eso el cansancio que me acosa
y me fuerza a que busque una morada,
unas sábanas limpias en un lecho,
y agua fresca que sacie mi garganta.
Partiré al ocaso nuevamente
cuando marche la noche con el alba,
a sentir ese tenue escalofrío
que me dan las arenas encantadas.
Las arenas benditas de los dioses
que conducen al hombre hasta la Parca,
a ese Alfa y Omega de la vida,
que cantaron juglares y las hadas.
Rafael Sánchez Ortega ©
12/07/10
y descansan las prendas de mi alma,
las alondras volando por mi pecho,
y también esas nubes encantadas.
Cae la lluvia y me ducha dulcemente
apartando los llantos de mi cara,
renovando a mi espíritu maltrecho
y besando las llagas de mi espalda.
Es el alto quizás del peregrino,
el que busca en la tarde la posada,
el que marcha a poniente sin demora
a tomar unas conchas de la playa.
En la vida se toman mil respiros,
y por eso las sombras y paradas,
se agradece la brisa de la costa
y la lluvia alegrándote la marcha.
Pero hay algo que viene a la memoria,
como hoja del árbol deslizada,
son los ojos buscando tu figura
y también ese pliegue de tu capa.
Porque tú, creador de sentimientos,
te elevaste de pronto con tus alas,
y dejaste en el suelo a los actores,
enzarzados en luchas y batallas.
Así son, los poetas, peregrinos,
y a la vez escribanos de palabras,
los notarios que pasan por la vida
reflejando sus letras lo que pasa.
Es por eso el cansancio que me acosa
y me fuerza a que busque una morada,
unas sábanas limpias en un lecho,
y agua fresca que sacie mi garganta.
Partiré al ocaso nuevamente
cuando marche la noche con el alba,
a sentir ese tenue escalofrío
que me dan las arenas encantadas.
Las arenas benditas de los dioses
que conducen al hombre hasta la Parca,
a ese Alfa y Omega de la vida,
que cantaron juglares y las hadas.
Rafael Sánchez Ortega ©
12/07/10
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