I
Yo descubrí los campos de Castilla
viajando por los mismos en los trenes;
recuerdo las esperas, los andenes,
el humo en el vagón, la carbonilla...
Y así oteé la tierra con arcilla,
la misma que labraron tantas sienes,
los rostros de los hombres tan rehenes
del campo, del arado y la gavilla.
Entonces comprendí tantos misterios
guardados desde tiempos muy lejanos.
El hombre no precisa cautiverios
si acaso el día a día de sus manos.
Abundan los austeros cementerios
cargados de cipreses muy lozanos.
Rafael Sánchez Ortega ©
04/03/11
Yo descubrí los campos de Castilla
viajando por los mismos en los trenes;
recuerdo las esperas, los andenes,
el humo en el vagón, la carbonilla...
Y así oteé la tierra con arcilla,
la misma que labraron tantas sienes,
los rostros de los hombres tan rehenes
del campo, del arado y la gavilla.
Entonces comprendí tantos misterios
guardados desde tiempos muy lejanos.
El hombre no precisa cautiverios
si acaso el día a día de sus manos.
Abundan los austeros cementerios
cargados de cipreses muy lozanos.
Rafael Sánchez Ortega ©
04/03/11
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