(A mi padre y su legado soñador...)
Tomé de ti el testigo de la vida,
la paz tan seductora de tus manos,
la nube soñolienta de tus ojos,
la voz y la palabra de tus labios.
Pero también tomé el testigo tuyo
del salitre logrado en el trabajo,
donde tu piel curtida día a día
mostraba las señales de su paso.
Y no me arrepentí de ser tu hijo
ya que te vi por siempre en aquel barco,
con tu ropa manchada por la grasa,
las escamas y restos del pescado.
Aquella sensación quedó muy dentro
y nunca se borró tu rostro grato,
tu paso soñador y de poeta,
en un mundo negando su pasado.
Testigo de una vida diferente,
marchando con tu norte solitario,
así te contemplé y hoy te recuerdo,
¡oh padre singular a quien abrazo!
Recuerdo aquella noche siendo niño,
llegaste lentamente hasta mi cuarto,
tocaste mis cabellos con tus dedos
y luego me leíste muy despacio.
Tus labios me narraban aquel libro
que hablaba de marinos y corsarios,
y luego me cubriste con la brisa
de un sueño seductor entre tus brazos.
Recuerdo aquella tarde en el colegio
y un fuerte temporal soplando largo,
las olas que rompían en la barra
y allí esperaba yo, también rezando.
Rezaba porque estabas en peligro,
estabas en el mar, en tu trabajo,
tenías que volver, venir al puerto
y al fin te vi llegar, casi temblando.
Por eso no renuncio a tu presencia
y en mi vida yo quiero proclamarlo,
¡tenías tantas cosas que ofrecerme
que ahora las recuerdo en tu legado!.
Las recuerdo y recuerdo tu figura,
con ropa de mahón de arriba a abajo,
mi padre singular y extravertido
¡Tu sangre y corazón yo te los guardo!
Rafael Sánchez Ortega ©
04/03/11
la paz tan seductora de tus manos,
la nube soñolienta de tus ojos,
la voz y la palabra de tus labios.
Pero también tomé el testigo tuyo
del salitre logrado en el trabajo,
donde tu piel curtida día a día
mostraba las señales de su paso.
Y no me arrepentí de ser tu hijo
ya que te vi por siempre en aquel barco,
con tu ropa manchada por la grasa,
las escamas y restos del pescado.
Aquella sensación quedó muy dentro
y nunca se borró tu rostro grato,
tu paso soñador y de poeta,
en un mundo negando su pasado.
Testigo de una vida diferente,
marchando con tu norte solitario,
así te contemplé y hoy te recuerdo,
¡oh padre singular a quien abrazo!
Recuerdo aquella noche siendo niño,
llegaste lentamente hasta mi cuarto,
tocaste mis cabellos con tus dedos
y luego me leíste muy despacio.
Tus labios me narraban aquel libro
que hablaba de marinos y corsarios,
y luego me cubriste con la brisa
de un sueño seductor entre tus brazos.
Recuerdo aquella tarde en el colegio
y un fuerte temporal soplando largo,
las olas que rompían en la barra
y allí esperaba yo, también rezando.
Rezaba porque estabas en peligro,
estabas en el mar, en tu trabajo,
tenías que volver, venir al puerto
y al fin te vi llegar, casi temblando.
Por eso no renuncio a tu presencia
y en mi vida yo quiero proclamarlo,
¡tenías tantas cosas que ofrecerme
que ahora las recuerdo en tu legado!.
Las recuerdo y recuerdo tu figura,
con ropa de mahón de arriba a abajo,
mi padre singular y extravertido
¡Tu sangre y corazón yo te los guardo!
Rafael Sánchez Ortega ©
04/03/11
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