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jueves, 7 de julio de 2011
AYER TE VI...
Ayer te vi, te vi y te hablé
y pronuncié tu nombre,
en un susurro.
Pero estabas ausente y concentrada,
ni te diste cuenta de que yo te saludaba,
y de que estaba cerca,
al otro lado de la valla
contemplando como regabas las flores.
Al verte, en la tarde, se enmudeció mi alma,
se pararon los sentidos,
como por golpe de magia.
Estuve un rato mirándote y proseguí
mi trabajo.
Apenas unos metros nos separaban
y ambos éramos unos perfectos desconocidos,
a pesar de ser vecinos desde meses.
Yo sabía de ti, de tu familia,
sabía de tus gustos y aficiones,
sabía de tu infancia y también de los
primeros pasos de tu juventud.
Ignoraba si tú habías reparado
en mi presencia,
si sabías que existía realmente,
si habías mirado alguna vez mi rostro,
y si sabías de mis letras...
Pero tampoco importaba.
No buscaba ninguna aventura en tu persona,
tan sólo era ese temblor del alma
al contemplarte,
ese fugaz suspiro de mis ojos
que buscaban tu figura.
Quizás estaba soñando.
¡Sí, eso era!, estaba en un sueño
y tú eras la protagonista,
la musa para quien debía escribir,
la mujer de pelo moreno, rizado y revuelto,
con esos rasgos inconfundibles en la cara,
con la sonrisa latente en tus labios,
con la mirada fija y sosegada,
con el alma en paz y en silencio.
¿Quién era yo para romper ese equilibrio,
para venir ahora a soñar con tu figura,
y para convertirte en la princesa y musa
de mis versos?
Un escalofrío me volvió a la realidad,
hacía frío en la calle,
miré a tu jardín y ya no estabas,
las flores mantenían un diálogo solitarias,
los juguetes de los niños se estiraban
por el césped,
los patos con su andar tan lindo salían
de paseo,
y al otro lado estaba yo, el eterno soñador,
el poeta de los ojos tristes,
-(con que alguien me bautizó)-,
mirando y esperando a que sucediera algo,
y estaba allí, con mis sueños
y también con mi utopía.
Rafael Sánchez Ortega ©
07/07/11
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