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martes, 19 de julio de 2011
DURANTE MUCHO TIEMPO...
I
Durante mucho tiempo
pude llegar a ti, Ciudad Recuerdo,
y sin embargo me quedé quieto y en
silencio,
tratando de olvidarte.
Sabía lo que había entre tus calles,
el fruto apetecible de mis sueños,
el mundo de los niños y los dioses,
la eterna primavera renacida
unida en un otoño inabarcable.
Sabía de lo mucho que tenías
que ofrecerme,
y por eso resistí la tentación,
llamándome cobarde mi conciencia.
Una parte de mi ser te deseaba
y otra parte resistía a la llamada
de la tierra,
al impulso de correr hasta tu lado,
de avanzar entre la noche sin linterna,
de sumirme entre las brumas y las nieblas
del recuerdo
y volver a revivir aquellos minutos
del pasado,
aquel tiempo ya lejano y tan cercano
en el recuerdo.
II
Pero aguanté el grito de la carne,
el suspiro inacabado de mi pecho,
la pasión ardiente de mi alma
y lloré,
lloré en las tardes que acababan,
en momentos de silencio y soledad,
en instantes en que regresaba tu figura
hasta mi lado
con aquella sonrisa encantadora,
con tus ojos profundos y castaños,
con tu cuerpo que fue mío,
y con las manos que abrazaron
y colmaron de caricias a mi cara...
III
...Pero te dije no, Ciudad Recuerdo,
y entonces te envolviste en tu silencio,
y dejaste que marchara por los campos
de Castilla con la soledad por compañía.
Así pude contemplar otras ciudades,
pero no eras tú,
ninguna tenía esa esencia maravillosa,
ese halo especial y en ninguna estaba
ese cuerpo y esa imagen de mi amada.
Es cierto que pude descansar algunos días
pero siempre volvía hasta mi lado
tu recuerdo,
y entonces proseguía la marcha,
seguía en mi camino sin destino,
en esa larga travesía de un desierto
cuyo nombre estaba escrito entre tus piedras.
IV
Y los meses pasaron sin descanso.
Pasaron inviernos y primaveras,
volaron veranos y otoños
y al final me vi de nuevo junto a las olas
de la playa,
allí, en ese rincón de mi cantábrico,
entre las rocas castigadas de la costa,
mirando al horizonte
y tratando de encontrar la forma tan borrosa
del recuerdo,
el dulce atardecer de aquella tarde
en que subimos a lo alto de una peña,
y el placer de aquel momento contemplando
la llanura,
con tu mano entre mis manos,
con tus labios en mis labios
y la entrega de aquel beso interminable
en una tarde que recuerdo y que no olvido.
V
...Todo eso recordaba con mis olas,
todo eso les decía y les contaba
en un susurro,
pero ellas proseguían con su música incansable,
con el ritmo que produce la resaca,
y ese olor inconfundible del salitre
y de las algas.
Y era entonces cuando más te recordaba a ti,
Ciudad Recuerdo,
cuando más te deseaba,
cuando hubiera dado una parte de mi vida
por haber podido correr hasta tu lado
nuevamente,
para poder volver a cerrar los ojos
en tu lecho
y en aquella cabañita tan soñada,
y despertar de nuevo, teniendo a mi lado
la figura adormecida de mi amada,
ese cuerpo tan cansado,
ese alma irreverente que pedía una caricia,
esos dedos enlazados a mis dedos
y aquel tibio corazón con su latir acelerado.
VI
...Pero al final la realidad ganaba la batalla
y me volvía a mis cuarteles y al invierno,
volvía a ese mundo intransigente y solitario
a buscar entre el silencio la respuesta
que no había,
encontrando solamente los barrotes
de mi cárcel,
y con ellos ese eco y el vacío
respondiendo día a día,
y la música sin nombre que cantaban
las cigarras del recuerdo,
entre fuegos de artificio,
entre prisas para el alma, que cansada,
se dormía entre sus lágrimas otro día
y otra noche,
recordándote y soñándote
para amarte así, aún más,
en la distancia.
Rafael Sánchez Ortega ©
13/07/11
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