No he podido olvidarme de las voces
que clamaban al mar en su garganta,
ni tampoco me olvido de las gentes
con el rostro curtido que cantaban.
Y lo hacían en bares y tabernas,
y también en posadas y las tascas,
en ambiente de fiesta enfebrecida
con el vaso de vino que apuraban.
Eran hombres bañados del salitre
y por él bautizados en las aguas,
entre olas de espuma blanquecina
en el mar que el nordeste les rizaba
Yo escuchaba de niño sus canciones
y vivía de cerca sus palabras,
navegando por mares tenebrosos
y alcanzando las costas añoradas.
He vivido de cerca sus leyendas,
sus combates navales y batallas,
he soñado con bellos bergatines
en la lucha cruel contra el pirata.
Como niño que he sido, lo confieso,
he escuchado al abuelo sus hazañas,
sus relatos sacados del pasado
con la mezcla de orgullo y de nostalgia.
Todo esto me infunden las corales,
las que hablan del mar en sus cantatas,
las que mezclan el yodo y poesía
en las voces agudas que resaltan.
Más si hay algo que logra estremecerme
es el dulce rumor de las gargantas,
cuando forman, unidas, las pasiones,
en el grave crescendo que se alarga.
Es entonces que pienso en temporales,
en navíos de velas desplegadas,
en trinquetes tocados por los rayos
y en el mástil de popa, en la mesana.
Soy consciente de errores en mis versos
al dejar estas letras en la playa,
al soñar y volver a ese pasado
por virtud de los cantos y las danzas.
Pero el mar que me grita el pensamiento
es el mar que yo llevo en mis entrañas,
sobre él yo he nacido y he vivido
y con él partirá, quizás mi alma.
Rafael Sánchez Ortega ©
04/07/11
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