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viernes, 29 de julio de 2011
QUIZÁS UN DÍA, CUANDO ME BUSQUES...
Quizás un día, cuando me busques
y llames a mi puerta,
ésta esté silencio y no conteste.
Es posible que veas telarañas
y un pasado con mil sombras
colgado en el dintel y en las ventanas.
Quizás las golondrinas se marcharon,
partieron a un lugar más agradable.
Quizás las mariposas de colores
volaron a un jardín con sol y rosas.
Quizás veas la huella de mi paso,
allí donde las almas suspiraron;
y entonces es posible que tu entiendas
al poeta y su mensaje,
es posible que veas a la muerte
y te estremezcas.
Entonces buscarás en la distancia
mi figura
y sólo encontrarás las piezas del futuro,
la eterna interrogante de mi ausencia,
las letras olvidadas en el cielo,
las nubes que acarician los cipreses,
la tierra removida que se asienta
y que descansa.
Y tú me buscarás en las estrellas
y en la noche,
y puede que también en los cometas,
y entonces gritarás a Dios,
haciéndole preguntas,
y puede que no entiendas.
Ya sé que nunca aprobarás la ausencia
de un cobarde,
y no te lo reprocho.
Juramos ayudarnos,
juramos compartir las risas y los llantos,
juramos caminar mirando hacia el futuro
en busca de la tierra prometida;
más ahora tú te encuentras una puerta
y su silencio,
una puerta sin respuestas,
una puerta con un drama,
una puerta condenada y mal cerrada,
porque su dueño huyó y marchó
hacía esas tierras del olvido.
Tras él quedaron las huellas de un pasado
sin futuro,
quedaron los presentes mal vividos
y quedaron las promesas incumplidas.
Y allí quedó, tras esa puerta,
la voz gritando en los trigales,
la voz clamando en el desierto,
la voz que suplicaba una caricia,
la voz de aquel poeta y escritor,
buscando en el amor,
la sangre y el latir de su existencia.
Por eso si ese día en que me busques,
no me encuentras,
no te extrañes de mi ausencia,
pero no me juzgues, por favor,
no quiero eso.
Recuerda simplemente al hombrecillo soñador,
que un día conociste,
recuerda la sonrisa que arrancaste
de sus labios,
recuerda los suspiros que salieron
de su alma,
recuerda los latidos que se unieron
a los tuyos,
recuerda simplemente aquellos ojos
que buscaban y leían en tu alma,
recuerda aquellas lágrimas traidoras
que secaste de su cara,
recuerda al niño y al poeta
escribiendo en su cuaderno para ti.
...Recuérdale y reza por su alma,
tú no lo juzgues, por favor,
deja que sea Dios el que lo haga.
Y si ese Dios existe ya lo perdonará
pues quizás el amor que buscó no estaba aquí,
en la tierra,
y debió buscarlo en la playa y de noche,
con la antorcha que decían los poetas.
Rafael Sánchez Ortega ©
29/07/11
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