Con tu abanico
calmamos los suspiros
del corazón.
Dejaba brisa,
ternura concentrada
y algo de miel.
Y así las sombras
y pliegues de tu boca
se evaporaban.
Miré tus ojos,
serenos, sin lentillas,
parpadeando.
Leí, en tus labios,
los versos que tu alma
iba formando.
Y susurré
un nombre en tus oídos.
Te estremeciste.
¿Con qué derecho,
pensaba en ese instante,
puedo quererte?
¿Qué te ofrecían
mis manos y mis dedos,
salvo pasión?
No te importaba,
decía tu silencio.
Te abanicabas.
Rafael Sánchez Ortega ©
21/04/21
Hay algo mas bonito que leer en los labios los versos del alma?
ResponderEliminarBelleza de poema Rafael!!!
Excelente dia!!!
Besos
Gracias por tus palabras, Eli Méndez.
EliminarBesos.
El abanico sirve para ocultar desde rubor hasta tristezas, hermoso poema.
ResponderEliminarmariarosa
Gracias María Rosa.
EliminarUn abrazo.