Suenan campanas
que llaman a los fieles
para la misa.
Tú las escuchas
y evocas los recuerdos
de juventud.
Aquella casa
del campo y en la aldea
donde naciste.
Aquel paisaje
de tierras y cultivos
para el trabajo.
Con la calzada
ardiente en el verano
por el calor.
Y las callejas
con barro, intransitables,
en el invierno.
Muros de adobe,
paredes deslucidas
y el huerto cerca.
Era tu pueblo,
terruño en la montaña
y allí la aldea.
Hoy, las campanas,
se animan, nuevamente,
hay rogativas.
Llaman al cielo
y piden por la lluvia
que falta hace.
Un aldeano
susurra un padrenuestro
como oración.
Rafael Sánchez Ortega ©
16/05/23
Antes me gustaba oír las campanas. Ahora prefiero no oirlas. Pero si suenan para pedir lluvia, que no paren Rafael. Un abrazo
ResponderEliminarCoincido Carmen.
EliminarUn abrazo.
Un poema que relata a la perfección esos pueblos de antes, donde las campanas daban alegría, pero también cosas no tan buenas.
ResponderEliminarQue toquen si es para la lluvia que falta nos hace.
Un beso, feliz jueves.
La lluvia y las "rogativas", ¡qué tiempos, Campirela...!
EliminarUn abrazo.
Me gustan las campanas. son motivo de alegría y otras de duelo, desde mi ventana veo las campanas de la capilla y los sábados suenan llamando a misa, los domingos ya no hay sacerdotes, cosas que traen los tiempos modernos.
ResponderEliminarAbrazo Rafael.
Gracias María Rosa.
EliminarUn abrazo.
Me gustan las campanas. Tienen todo un lenguaje.
ResponderEliminarDesde mi ventana las oigo a lo lejos llamar a misa. Solo eso. Y ya es mucho en una ciudad.
Abrazo, Rafael.
Es algo celestial, Verónica.
ResponderEliminarAbrazo.