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domingo, 19 de febrero de 2012
TRATÉ DE BUSCARTE EN LA TARDE...
Traté de buscarte en la tarde
pero el silencio fue la respuesta
a mis palabras.
No contestaste ni nadie lo hizo en tu nombre,
no hubo una señal de tu presencia,
ni siquiera la huella de tus pasos en la arena
y menos el olor de tu perfume
que llegara y me dijera que habías estado allí,
que acudiste como todos los días a ese encuentro,
a ese intercambio de besos y abrazos
mientras yo acariciaba tu melena dorada
y mis dedos recorrían tu cuerpo perezoso
que ansiaba por estirarse en la arena.
Y me quedé mirando las olas que llegaban
y tratando de buscar tras ellas el eco
inconfundible de tus pasos y también
de mis palabras llamándote...
Pero nada vi en la inmensidad del mar azul oscuro.
Ni siquiera una barca rompía la línea del horizonte.
Parecía como si la vida hubiera detenido su curso
y solamente existiera para que tú, mar,
pudieras seguir balanceándote, orgulloso y coqueto,
y mostraras tu fuerza y valentía.
Pero entonces ocurrió algo imprevisto.
El cielo se oscureció de pronto
y unas nubes negras aparecieron veloces
encrespando tus olas;
y aquel color azul tuyo, de antes,
se volvió primero verde oscuro
y luego tomó el color plomizo de la muerte.
Era una galerna la que te amenazaba,
la que iba a sacudirte y arrojarte
sin más contra la costa.
Entonces yo pensé que era mía la culpa
por haberte llamado,
por haberte gritado y esperado
y quizás por haberte maldecido
por no haber estado allí, en la orilla,
como todas las tardes para dejar
que te acariciara,
para que besara tus labios celestes
y para que mis dedos jugaran con tus cabellos.
Lloré por ti mar.
Lloré sin poder remediarlo
y te pedí perdón por ello.
Corrí hasta ti tratando de abrazarte,
de protegerte,
de cubrirte, con mi abrazo infantil, de la galerna,
pero tú me rechazaste.
No era mi lucha, ni era mi guerra.
Yo debía un ser espectador y mirar
sin más la batalla,
mirar como ganabas y perdías,
como te destrozabas y resurgías en un combate
que el destino presentaba sin aviso,
sintiendo que un dolor nacía en mis entrañas.
...Y allí me quedé soñando y mordiéndome las uñas,
temblando y llorando,
sin poder ayudarte,
sin poder abrazarte ni besarte aquella tarde,
y al final, sudoroso volví a la vida,
despertando de mi sueño
y de aquella pesadilla.
Y estabas allí mar. A mi lado,
herido y maltratado, pero vivo aún,
deseando mi abrazo,
buscando mis besos.
y mis labios temblaron al escuchar un nombre
que las olas susurraban dulcemente
en su resaca.
¡Mi nombre...!
Rafael Sánchez Ortega ©
18/02/12
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