Tus ojos parecían dos estrellas,
dos perlas temblorosas y nacidas,
salidas de las manos de los dioses
con soplo plañidero de la brisa.
Llevabas tanto amor en tu mirada,
que solo con mirarte dabas vida,
dejabas la fragancia de tu cuerpo
pidiendo libertad junto a la orilla.
Yo estaba aquella noche en la ribera,
buscaba como siempre la alegría,
mis ojos con tus ojos se enredaron
en medio de miradas y sonrisas.
Y pronto sucedió lo inesperado,
suspiros, emoción y poesía,
nacieron, sin pedirlo, en un instante,
uniéndose las manos enseguida.
Mis ojos temblorosos te miraron
leyendo sin cesar en tu pupila
y entonces comprendí que tu mirada
tenía el sinsabor de los enigmas.
Yo quise penetrar en el silencio,
romper esas cadenas tan furtivas,
entrar en el cuaderno de tu alma
robándote los versos y la tinta.
Paramos los relojes y las horas,
quedaron las agujas detenidas,
incluso las cigarras se callaron
tratando de absorber tal maravilla.
Tus ojos y mis ojos se cerraron,
no había más pasión que la precisa,
los dedos recorriendo nuestros cuerpos,
los labios, con sus besos y lascivia...
...Y así nos despertamos, sonrientes,
tus manos sudorosas en las mías,
los ojos tan ardientes y cansados
brillaban con el agua y la llovizna.
La lluvia que caía de tus ojos
venía de unas lágrimas furtivas,
los míos despertaron del silencio
y fruto del amor que renacía.
"...Tus ojos parecían dos estrellas,
dos perlas temblorosas e infinitas,
más pude comprobar que tu mirada
me daba tanto amor, como sentías..."
Rafael Sánchez Ortega ©
03/02/12
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