Tus ojos me llamaron y no quise
buscar entre los mismos su palabra,
retuve la mirada en el pasado
sin ganas de leer lo que mostraban.
Temblaba, como tiemblan los cobardes,
sin ganas de salvar esa distancia,
tan sólo le pedías a mis ojos
que vieran de tus ojos su mirada.
Y tú me suplicaste dulcemente,
regaste mis mejillas con tus lágrimas,
tus manos se enlazaron con las mías
tratando de llevarlas a tu cara.
Yo estaba muy enfermo, en ese entonces,
mi alma en su letargo agonizaba,
había contraído la ponzoña
del arco con la flecha envenenada.
Tenía el "mal de amor" de los amantes
que buscan la pasión de porcelana,
la misma que acrecienta los instintos
y olvida que el amor está en el alma.
Por eso me olvidé de tu presencia,
estabas temblorosa y muy callada,
tenías los ojitos tan llorosos
cubiertos de rocío por mi causa.
Ahora que recuerdo aquel momento
maldigo mi ambición ante la nada,
que solo me condujo hasta el abismo
dejándome desnudo en su playa.
Tus ojos me llamaban, suplicando,
tus labios a los míos reclamaban,
querías simplemente que los viera
y luego, que a los mismos escuchara.
No supe comprender que me ofrecías
aquello tan ferviente que yo ansiaba,
amor y sólo amor, sin condiciones,
a cambio que a tus ojos yo mirara.
Así yo me quedé, con mi ceguera,
en medio de una noche sin entrañas,
sentí la soledad del vagabundo
y solo me quedé con las cigarras.
Rafael Sánchez Ortega ©
10/02/12
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