Yo vi tus huellas tan lindas
dibujadas en la arena,
y al mirarlas comprendí
que llegó la primavera.
Que se abrían las ventanas
de mi casa y de mi huerta,
comenzaban los latidos
y nacían las cerezas.
Y nacían con los besos
que mandaban las estrellas,
y en los sueños tan profundos
de escritores y poetas.
Porque fueron esas marcas
tan sencillas y tan bellas,
las que dieron nueva vida
a los mares y a las piedras.
Yo vi tus huellas tan lindas
cuando iba a la ribera,
y al mirarlas comprendí
el valor de una promesa.
La mirada de la infancia,
la caricia dulce y tierna,
el abrazo de una madre
y hasta el beso de la abuela.
Todo eso son recuerdos
que perduran y que quedan,
que se clavan en el alma
y que van formando huellas.
Huellas de tiempo y caminos,
de trabajar en las eras,
de recoger los sembrados
y de empujar las carretas.
Yo vi tus huellas tan lindas
y no estaban prisioneras,
marchaban como yo marcho
tras el mar y las mareas.
Porque tus pies hoy descalzos
van escribiendo un poema,
van enlazando tus versos
entre la playa y la arena.
Sigo su rastro sin prisa
tras el salitre y salmuera,
ese perfume profundo
que a ti te baña y te peina.
Y llegarás hasta el cabo
y te darás media vuelta,
para venir a mis brazos,
yo, que persigo tus huellas.
Rafael Sánchez Ortega ©
08/02/12
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