La vieja aldea
estaba como antaño
cuando marché.
Sus casas grises
de piedras centenarias
y erosionadas.
Pequeñas huertas,
pegadas a las casas,
daban sus frutos.
Peras, manzanas,
colgaban de las ramas
junto a las cercas.
Hasta la iglesia,
con torre centenaria
seguía en pie.
Por su tejado
volaban golondrinas
como hace años.
Y tú volvías,
viajero de la vida,
a por recuerdos.
Te estremecías
al ver que allí, la vida,
sigue latiendo.
Y que el poema
que tanto has añorado
está en tu tierra.
Tierra de versos,
con sangre y con sudores
de tus ancestros.
Tierra de amor
que guarda mil suspiros
inolvidables.
Rafael Sánchez Ortega ©
19/09/23
A veces el tiempo hace valorar más el lugar de origen y aquellos recuerdos que derivan en versos viajeros.
ResponderEliminarUn abrazo, Rafael
Sí, Maripau, es como dices.
EliminarUn abrazo y feliz día.
Los recuerdos no siempre son fieles el tiempo cambia algunos detalles. Abrazo
ResponderEliminarGracias Ester.
EliminarAbrazos.
El rincón primero que descubrieron nuestros versos, está siempre esperando nuestros poemas. Muy bonito.
ResponderEliminarAbrazo.
Gracias María Rosa.
EliminarUn abrazo.
Hay pueblitos y aldeas, por los que parece no pasar el tiempo. Sus habitantes cambian y se renueva la vida, ante la impertérrita mirada de sus casas centenarias.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Julia.
EliminarUn abrazo.
Siempre se vuelve a la tierra, a las raíces, a los ancestros.
ResponderEliminarAhí está todo. Y nos nutrimos.
Abrazo, Rafael