Dejo que suene la música
y me sumerjo en sus notas,
quiero volar por el cielo
como si fuera una alondra.
Hay como un soplo divino
en esta música sorda,
la que penetra en el alma
la que me abraza y me aborda.
Canto con ella canciones,
bailo también con mi sombra,
sueño que estoy en el cielo
entre jazmines y rosas.
Es la ternura infinita
la que me llega y me roza,
la que acaricia mis sienes
la que me presta su aroma.
Dicen que el cielo es eterno
y que los ángeles lloran,
porque han perdido a la luna
vestida hoy de farola.
Pero no importa que digan
porque la vida es parodia,
se nace, vive y se muere
como la fuente en la roca.
Dejo que suene la música
mientras recibo sus ondas;
rasgan los dedos las cuerdas
en las guitarras sin forma.
Quiero sentir los latidos,
su peculiar trayectoria,
esos susurros sin nombre
que salen ya de su boca.
Quiero sentir ahora el viento
que desde el mar viene y sopla,
y que aquí llaman nordeste,
que me estremece y azota.
Quiero embriagar mis sentidos
entre esta música loca,
quiero sentirla en mis vena
mientras mi sangre galopa.
Quiero dormirme en sus brazos
mientras la brisa sin prosa,
viene a escribir a mi cuerpo
unos poemas sin forma.
Porque al final es la música
la que me abraza y acosa,
y a la que entrego mi alma
para dormirme en su solfa.
Rafael Sánchez Ortega ©
05/04/11
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