en la esquina quedaba,
un camión vagabundo
con las ruedas rayadas.
A su lado, en el patio,
la fontana cantaba,
con las notas divinas
de sus gotas de agua.
Una cara en lo alto
se asomó a la ventana,
y con ella unos ojos
que nerviosos miraban.
A lo lejos los campos
de campiña dorada,
y más cerca la iglesia,
y a su lado la plaza.
Los portales oscuros,
la sombría calzada,
las aceras en sombra
con su paz y su calma.
Todo esto veía
la figura nombrada,
la carita de un ángel
con su luz y su gracia.
Más buscaba a su niño,
el amor de su alma,
en el patio con flores
que en la tarde regaba.
Y le vió en un instante
escalando la tapia,
por las ramas de hiedra
cual si fuera una araña.
-Ten cuidado-, le dijo,
con la voz apagada,
con un halo de miedo
en su dulce garganta.
Más el niño no oìa
esa voz encantada,
esa nota divina
que temblando llamaba.
Y seguía subiendo
a buscar en la parra,
unas uvas maduras
muy sabrosas y gratas.
Y cortó tiernamente
esas uvas ansiadas,
y bajó para el suelo
en un salto de rana.
Un suspiro de alivio
dio su madre en la casa,
cuando el niño riendo
a la madre llamaba.
-Ya te llevo las uvas,
las cortó mi navaja,
pues contigo quería
compartir lo que guardan.
...A lo lejos tañeron
las alegres campanas,
ya sonaban las doce
que el reloj desgranaba.
Una nota divina
se escapaba del arpa,
y una madre y un niño,
coronaban la estampa.
Rafael Sánchez Ortega ©
15/04/11
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