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miércoles, 20 de abril de 2011
RESPIRO Y CIERRO LOS OJOS...
Respiro y cierro los ojos
mientras saboreo, en silencio,
el recuerdo de tus labios.
Pienso en aquella tarde sin testigos,
los dos frente a frente,
la fuente cantarina a las espaldas,
el río que bajaba mansamente,
el tronco de la orilla sirviéndonos
de banco,
y nosotros hablando sin palabras,
dejando que fueran nuestras manos
esas voces invisibles que llevaran
los sonidos a las almas.
Me hablabas con tus ojos de avellana
y a ti le respondían,
los míos, verdeoscuros.
Hablábamos de sueños y proyectos,
de viajes y familia y de otras
muchas cosas.
De pronto, en un momento, me hablaste
en un poema.
Tus labios silenciosos se abrieron
y dejaron unos versos en el aire
que llegaron a mi oído:
"...¿Has visto a la luna anoche,
reluciente y tan coqueta?..."
Yo me quedé sorprendido de tu palabra
precisa en la pregunta directa.
"...La luna salió en la noche,
pero no estaba yo cerca..."
Eso fue lo que te respondí
mientras miraba tus labios
con un deseo inconfesable de besarlos,
de darte la respuesta con los míos,
de decirte que la luna es mucha luna,
y la noche mucha noche,
pero que quería tus manos
y tu cuerpo entre mis brazos,
el latido de tu pecho
y el perfume de tu cuello,
y todo eso prefería antes que ver
a la luna con su blancura y su belleza.
Me miraste con tus ojos tan lindos
y apoyaste tu cabeza en mi pecho,
besé tus pestañas, besé tus cabellos,
besé tus oídos y te abracé como un niño
temiendo que todo fuera un sueño,
que tú despertaras y marcharas de mi lado;
tenía que retenerte,
tenía que hacer que tu vida cobrara sentido,
que vibrara a mi lado,
que pudieras compartir y notar lo que
yo sentía,
que te dieras cuenta de que mi amor por ti,
era algo que no se podía describir
y que solo precisaba el tener tus manos
entre las mías,
el poder acariciarte mientras dormías,
el escuchar tu respiración
y ver tu pecho oscilante
y adivinar el suspiro de tu pecho
tras el beso de la brisa.
Por eso ahora respiraba,
por aquel tiempo del pasado ya lejano,
por aquellos momentos vividos dulcemente,
por aquella cara que besé tan ardorosa,
una tarde, junto al río,
en un agosto castellano,
en un lugar hermoso,
cuyo nombre ya no importa.
Rafael Sánchez Ortega ©
20/04/11
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