Era una mañana preciosa
y me levanté con la sensación
de haber descansado,
de volver a la vida de nuevo
y con la sonrisa recuperada
en los labios.
Instintivamente, llevé mi mano al pecho,
a esa prenda íntima
que cubre el corazón
donde guardo tantas sensaciones,
tantas alegrías y desesperaciones
en esa marcha y esa huída hacia adelante,
en el fragor de una juventud
llena de esperanzas
y expectativas desbordadas.
Sabía que el tiempo pasaba
y con él mi juventud,
que el amor que buscaba no llegaba,
pero seguía buscando allí,
en esos rincones de la vida,
en las personas que me rodeaban,
en las que me presentaban
y también ¡cómo no!,
en la misma naturaleza
con tanta sabiduría retenida.
Por dentro, una voz
me decía que adelante,
que quizás la sorpresa que esperaba
estaba allí cerca,
y que si no era así
sería el destino el que me la daría
un día, una noche ó cuando fuera,
en forma de persona,
lugar y momento determinado.
Tenía una corazonada este día,
era quizás como un ramo de ilusiones
brotadas en el alma en forma de margaritas,
que como símbolos mágicos,
de esta primavera,
me hablaban de los diferentes amores,
de las quimeras e ideales que todo joven
lleva en esa edad
y trata de hacer realidad
para vencer su soledad.
Sin embargo la realidad,
la que buscaba en ese espejismo,
quizás estaba en la rutina diaria.
En saludar a la vecina del primero
con la que me tropezaba cada mañana,
en atender cortesmente al viejecito
que venía a la ventanilla a reclamar
la falta del recibo de la luz
asentado en su cuenta,
en no decir nunca jámás a esa voz
que desde mi interior me gritaba
"por qué la rechazaste si te quiso,
¡por qué, por qué...!"
Aún recordaba su figura,
la de aquella persona extraordinaria
que emanaba ternura,
a pesar de llevar tapado su pelo
con el velo negro de la misa,
y ese áura de credos y padrenuestros,
que la rodeaban,
formando un algo lúdico
con su presencia adorable y misteriosa.
Y era cierto lo que me gritaba la voz
de mi conciencia.
Era cierto que yo la había rechazado
cuando ella vino a mi,
a leer mi alma,
a leer mis ojos,
a buscar mi ayuda,
porque yo estaba entonces, simplemente,
ultimando un proyecto
con varios objetivos
y mi actitud y predisposición, hacia su persona,
fue verla como un simple objeto,
una figura de la vida
donde podía satisfacer mi vanidad
y desenfreno.
Ahora yo salía a la calle,
buscaba el camino del trabajo,
me tropezaba con la gente
a la que ni saludaba,
atendía de una manera mecánica
a los clientes
y ni siquiera hacía caso a esa voz interior,
que cada vez más lejana,
repetía como un eco:
"¡por qué, por qué, por qué...!"
Rafael Sánchez Ortega ©
01/05/10
y me levanté con la sensación
de haber descansado,
de volver a la vida de nuevo
y con la sonrisa recuperada
en los labios.
Instintivamente, llevé mi mano al pecho,
a esa prenda íntima
que cubre el corazón
donde guardo tantas sensaciones,
tantas alegrías y desesperaciones
en esa marcha y esa huída hacia adelante,
en el fragor de una juventud
llena de esperanzas
y expectativas desbordadas.
Sabía que el tiempo pasaba
y con él mi juventud,
que el amor que buscaba no llegaba,
pero seguía buscando allí,
en esos rincones de la vida,
en las personas que me rodeaban,
en las que me presentaban
y también ¡cómo no!,
en la misma naturaleza
con tanta sabiduría retenida.
Por dentro, una voz
me decía que adelante,
que quizás la sorpresa que esperaba
estaba allí cerca,
y que si no era así
sería el destino el que me la daría
un día, una noche ó cuando fuera,
en forma de persona,
lugar y momento determinado.
Tenía una corazonada este día,
era quizás como un ramo de ilusiones
brotadas en el alma en forma de margaritas,
que como símbolos mágicos,
de esta primavera,
me hablaban de los diferentes amores,
de las quimeras e ideales que todo joven
lleva en esa edad
y trata de hacer realidad
para vencer su soledad.
Sin embargo la realidad,
la que buscaba en ese espejismo,
quizás estaba en la rutina diaria.
En saludar a la vecina del primero
con la que me tropezaba cada mañana,
en atender cortesmente al viejecito
que venía a la ventanilla a reclamar
la falta del recibo de la luz
asentado en su cuenta,
en no decir nunca jámás a esa voz
que desde mi interior me gritaba
"por qué la rechazaste si te quiso,
¡por qué, por qué...!"
Aún recordaba su figura,
la de aquella persona extraordinaria
que emanaba ternura,
a pesar de llevar tapado su pelo
con el velo negro de la misa,
y ese áura de credos y padrenuestros,
que la rodeaban,
formando un algo lúdico
con su presencia adorable y misteriosa.
Y era cierto lo que me gritaba la voz
de mi conciencia.
Era cierto que yo la había rechazado
cuando ella vino a mi,
a leer mi alma,
a leer mis ojos,
a buscar mi ayuda,
porque yo estaba entonces, simplemente,
ultimando un proyecto
con varios objetivos
y mi actitud y predisposición, hacia su persona,
fue verla como un simple objeto,
una figura de la vida
donde podía satisfacer mi vanidad
y desenfreno.
Ahora yo salía a la calle,
buscaba el camino del trabajo,
me tropezaba con la gente
a la que ni saludaba,
atendía de una manera mecánica
a los clientes
y ni siquiera hacía caso a esa voz interior,
que cada vez más lejana,
repetía como un eco:
"¡por qué, por qué, por qué...!"
Rafael Sánchez Ortega ©
01/05/10
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