Un caserío
estaba abandonado
y solitario.
Cerca del bosque,
al lado de un gran río
que le besaba.
Allí nacieron
los niños del relato
que nos ocupan.
Y allí aprendieron
el habla de las aves
y el de los bosques.
El grave cuco,
los robles señoriales
y los castaños.
También las hayas
crecían en parcelas
junto a los pinos.
Cuervos y halcones,
águilas y palomas,
todos charlaban.
De aquel jolgorio,
crecieron y aprendieron,
día tras día.
Luego crecieron,
marcharon por la vida
a la ciudad.
Pero, sin duda,
guardaron el recuerdo
del caserío.
Rafael Sánchez Ortega ©
11/05/22
Abro con alegría los comentarios Rafael a estos versos de añoranzas de la tierra, el lugar donde aprendemos el lenguaje de los pájaros y los árboles ¡que bonito! me ha hecho soñar en un hermoso lugar
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias por ser la primera en venir a estos comentarios Carmen.
EliminarUn abrazo en la tarde.
Que distinta es la vida de esos pequeños en plena naturaleza de los de una ciudad , un poema que inspira la vida en el campo.
ResponderEliminarRafael mira por favor en el spam debes tener comentarios del otra entrada . Un abrazo buen descanso.
Así es Campirela, tal y como dices.
EliminarUn abrazo y feliz jueves.
Ese lugar de la infancia tan rico en aprendizajes...
ResponderEliminarMaravilloso 👏🏼👏🏼
Así es Galilea.
EliminarUn abrazo y gracias.