Primero es la llamada de la tierra
que llama y que reclama sin descanso,
tras ella son las aguas las que gritan
al paso de marinos en sus barcos.
La vida es una eterna paradoja
que pasa muy veloz en nuestros años,
un tiempo que se pierde en la distancia
y un eco del futuro y del pasado.
Vivimos el presente sin saberlo
ajenos a ese fin que está cercano,
y así nos deslizamos por la vida
corriendo cada día el calendario.
De joven el final parece eterno
siguiendo una niñez de color blanco,
hay nubes en el cielo que nos duermen
y aquellas nos atrapan en sus brazos.
También hay mariposas de colores
que dejan el reloj en un letargo,
la vida se detiene al contemplarlas
igual que nuestros labios suspirando.
Entonces no contamos los minutos,
vivimos ese tiempo sin dudarlo,
buscamos a los ojos tan bonitos
que llevan unos rasgos muy castaños.
Buscamos la palabra que nos llegue,
el pecho y el latido desbocado,
el seno que susurra y que desea
el roce tan nervioso de una mano...
...Pero esta sensación se nos esfuma
y el tiempo con los años va pasando,
de pronto descubrimos que ese tiempo
es parte del presente que hoy gozamos.
Y somos tan conscientes de la nada
que el resto que nos queda es un milagro,
vivimos los segundos de las horas
pensando sin saber lo que pensamos.
Pensamos que la vida se nos marcha
que vamos hacia el fin de nuestros pasos,
envueltos en las dudas y la niebla
con miedo y sin valor para enfrentarlo.
El miedo nos aterra y nos asusta
y somos cada día más humanos,
queremos aferrarnos a la vida
y hacernos más eternos en sus brazos.
Por eso contemplamos a la tierra
que grita y que nos llama a cada rato,
lo mismo que los mares de la vida
que quieren ofrecernos su regazo.
Ante esto los poetas nos decimos,
¿qué pinto yo en la vida de este cuadro?,
¿qué extraña marioneta represento
en medio de un destino ya marcado?
...No existen las respuestas a las dudas,
el miedo forma parte de ese canto
el canto de la vida y de la muerte
que llega hasta el cuaderno suplicando.
Rafael Sánchez Ortega ©
23/11/11
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