En un lugar del mundo,
perdido en no sé dónde,
vivía una ranita
cantándole a los hombres.
Cantaba a los viajeros,
cantaba a los pastores,
y luego, por las tardes,
al sol que ya se esconde.
Un tierno cervatillo
al río bajó noble,
buscaba refrescarse
del día y los calores.
Buscó en aquella charca,
su hocico sin razones,
y un canto le detuvo
saliendo de las flores.
Allí estaba la rana
cantando sus canciones,
diciendo adiós al día
pues viene ya la noche.
Las sombras tan serenas
que llegan a los bosques,
la noche con su manto
de estrellas y colores.
Y el dulce cervatillo
marchóse hacia los robles,
en busca de las hadas
sin dar explicaciones.
Llevaba en su recuerdo
sonidos y recortes,
de ranas y de charcas
dejándole sus voces.
Atrás quedó la rana,
ranita sin relojes,
ajena a todo esto,
al tiempo y los valores.
Quedóse con su charca,
el río y los acordes,
la noche suple al día
volviendo las pasiones.
"...Tu eterna melodía,
ranita no la entones,
no quiero que en mi alma
renazcan más amores..."
Rafael Sánchez Ortega ©
30/11/11
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