martes, 8 de noviembre de 2011

PREGUNTAS A LA NIEBLA.


No sabía lo que habría detrás de aquella puerta
y menos aún tras la cortina sesgada y difusa de la niebla.
La calle apenas se veía,
las luces de la tarde ya estaban muy difusas
y nada presagiaba que la luna y las estrellas
se tomaran el relevo.


Pensé en lo hermoso que sería poder tener la facultad
de convertirme en niebla.
Poder llegar a todo el mundo,
cubrirle con las telas invisibles,
cegarle en suma y dejar a las personas
a merced de su destino.


Y sería hermoso porque entonces entraría
en sus entrañas y en su alma.
Allí podría comprender por qué se ama,
por qué se siente frío en el verano,
por qué las golondrinas nos contemplan
y nos cantan en las tardes,
por qué los sentimientos se entremezclan y entrecruzan
en un sístole y un diástole continuo,
por qué lo blanco es negro algunas veces
y por qué tantas preguntas sin respuesta
nos hacemos cada día...


¡Bella niebla, lo que haces!.
Sin quererlo ya has cubierto de preguntas el cuaderno
y también de interrogantes.


Yo tenía ese algo de curioso de los hombres y poetas
y aspiraba y deseaba conseguir esas respuestas
traspasando tus umbrales.
Pero veo que me encuentro tan a ciegas como antes,
con el gris y la tristeza de las sombras,
con el filtro inapelable de ese mundo que separa
los destinos.


Densa niebla que nos llamas y nos dictas los deberes,
que nos dejas susurrando esos granos de morfina
que adormecen los sentidos.
Yo quisiera ser tu amante,
yo quisiera ser la rosa de tu pecho,
yo quisiera ser el hombre que arrancara los suspiros
de tus labios,
yo quisiera ser el niño y el poeta que escribiera
lo que encuentre tras tu ropa y tu vestido,
yo quisiera ser la luz que tú te llevas en tu sueño.


...Pero quedo simplemente con mi mano en el cuaderno,
con mis dedos vacilantes recogiendo tus latidos,
con el alma lacerada y más confusa entre esta niebla
que me ata y que me arranca mil gemidos.


Es por eso que te escribo y que te pido,
con mis letras en la pluma,
con mi voz en el silencio,
con el grito desgarrado que ahora dejo en la cuartilla,
que me expliques:
¿por qué vienes hasta mi para abrazarme?,
¿por qué haces que te pida esta pregunta?.


¿Es acaso por la niebla de mis ojos?,
ó ¿es quizás por la otra niebla que atenaza,
desde un tiempo, y que me ciega fuerte el alma?


Rafael Sánchez Ortega ©
07/11/11

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