Aquel roble del camino
se veía gris y seco;
era un roble centenario
con sus legañas de viejo.
Pero el roble daba sombra,
aunque estaba ceniciento,
y la misma la buscaban,
a su paso, los viajeros.
Yo pensaba al ver el roble
en el bosque de los sueños,
con sus troncos entre brumas
elevándose hacia el cielo.
Y pensaba en las leyendas
y también en los misterios,
en el reino de las Hadas
con los Gnomos tan traviesos.
Y pensaba y repensaba
en el mundo de los cuentos,
que con arte nos narraban
los mayores de otros tiempos.
Porque el bosque contenía
muy guardados sus secretos,
con sus hayas y sus robles
y las fuentes de los ciervos.
¡Cuán hermoso era aquel cuadro!,
la del roble y sus recuerdos!,
con las ramas blanqueadas
por las nieves del invierno.
Yo volvía a ser un niño
recordando todo aquello,
descansando ante su sombra,
de mis pasos, un momento.
Sin quererlo sonreía
y sentía en el cabello,
la caricia de otros robles,
de hace años, tan sinceros.
Me sumía entre las sombras
de leyendas y de tejos
que contaban los mayores
y escuchaban los pequeños.
Nos hablaban de peleas
y también de tantos miedos,
que en el bosque pululaban
con la brisa y con el viento.
Yo temblaba recordando,
bajo el roble triste y serio,
aquel tiempo del pasado
que ha parado el segundero.
Porque el roble me contaba
y me hablaba en el silencio,
con sus ramas cenicientas,
sin palabras, todo esto.
"...Aquel roble del camino,
centenario y en sosiego,
me ofrecía su reposo
y su abrazo firme y recio..."
Rafael Sánchez Ortega ©
13/11/11
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