miércoles, 9 de noviembre de 2011

LLOVÍA SIN CESAR AQUELLA TARDE...


Llovía sin cesar aquella tarde
y tú te regresabas del paseo,
venías con tus sueños renovados
y en ellos el sabor del caramelo.

Tenías esa estela del poeta
que pasa por la vida como el viento,
dejando entre otras manos sus latidos
y el roce de sus labios y deseos.

Más todo se esfumó como la niebla
rasgada por la mano del infierno,
de pronto aparecieron las preguntas,
la eterna interrogante con sus miedos.

Querías ya llegar, entrar en casa,
y pronto descansar en dulce lecho,
ajeno a la llovizna que caía
calando sin clemencia tus cabellos.

¡Qué triste caminar el de tus pasos
sumido entre la niebla y los recuerdos,
tenías tantas cosas en el alma,
que incluso te olvidaste de tus sueños!

Llegaste y te quitaste aquellas prendas
mojadas con las lágrimas del cielo,
buscando en otras ropas el abrazo
y el tierno escalofrío de unos dedos.

Los dedos que invisibles te esperaban
trazaron mil dibujos en tu cuerpo,
la eterna sinfonía de las olas
brincando por tus muslos y tus senos.

...De pronto despertaste bruscamente,
volviendo a la locura de los cuerdos,
sintiendo la frescura de la tarde
y el hambre tan cruel de los hambrientos.

El hambre con la sed acumulada
del triste caminar por los desiertos,
buscando entre los mismos las palmeras
y el pozo con el agua del sediento.

Más tú que perseguías una nota
salida de la tinta hacia el cuaderno,
miraste como aquella se esfumaba
marchando hacia la nada en el silencio.

"...Llovía sin cesar aquella tarde,
y tú no contenías el lamento,
querías que tus labios contuvieran
el labio tan querido con sus besos..."

Rafael Sánchez Ortega ©

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