Dejad que hablen los vientos del nordeste,
que la brisa nos roce con sus labios,
que revuelva sin prisa los cabellos
y nos lleguen sus besos más preciados.
Dejad que hable el silencio de las piedras,
que se estremezcan las tierras y campos
que la alegría desborde las venas
y que nos traigan otoños dorados.
Dejad que hablen las caras invisibles,
que sus susurros sean un abrazo,
que marche la nostalgia para siempre
y florezcan las rosas y los nardos.
Dejad que hablen las fuentes cantarinas,
que corra el agua por el río abajo,
que se consuman lentas las pasiones
y los cuerpos se sacien con su encanto.
Dejad que hablen los mares tan oscuros,
que cuenten las historias de los barcos,
que hablen de piratas y marinos
y enseñen la verdad de tantos cantos.
Dejad que hablen los mendigos hambrientos,
que muestren el temblor de tantas manos,
que saquen del silencio sus miserias
y pidan el cariño solidario.
Dejad que hablen las almas solitarias,
que pidan esa paz que ansían tanto,
que sueñen con jazmines y jardines
y puedan algún día celebrarlo.
Dejad al fin, al hombre y al poeta,
describir con sus letras este cuadro,
esa visión volcada entre sus versos,
por la ilusión de un pecho enamorado.
Porque al final la vida es poesía,
es ese hablar de vivos y de extraños,
es observar al hombre y a la vida
y recibir del viento su regalo.
Rafael Sánchez Ortega ©
15/08/11
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