He sentido la mano de nieve
extenderse de pronto en la playa,
era el sol con sus rayos dorados
que besaba sin tregua mi cara.
Yo quería sentir su caricia,
ese beso sutil sin tardanza,
y quería ese suave murmullo
de las olas llegando a la playa.
Más el sol se marchó en un instante
y las sombras mandaron sus garras,
una extraña cadena me aprieta,
una celda me impide la marcha.
Pero debo luchar contra el frío
y buscar a la estrella de plata,
la que marca ese norte perpetuo
con la luz que en el cielo se alza.
Yo sé bien que las sombras acechan
y no dejan mirar la distancia,
más no importa, yo tengo una antorcha
para ir a la costa a buscarla.
Sentiré como sopla el nordeste
y en el bosque se agitan las hayas,
y veré a los robles inquietos
sacudir muy despacio a sus ramas.
Es la mano de nieve del diablo,
en el viento quizás transformada,
la que ahoga susurros y risas
por lamentos con llantos y lágrimas.
No quisiera beber de ese cáliz
ni tampoco saciar mi garganta,
aunque sufra la sed angustiosa,
y mis labios lo pidan con ansia.
Volverán a volar las alondras
y veremos sus alas y danza,
en un vuelo difuso y sin rumbo
hacia el nido que está en la muralla.
Mientras tanto la mano de nieve
ha bajado deprisa a mi espalda,
son recuerdos del sol que ha partido
es el beso de amor que me manda.
Rafael Sánchez Ortega ©
19/08/11
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