II
Yo sabía que el alma no se va,
que se queda aquí sola, en el costado,
y que espera del cielo ese maná
esa luz y ese rayo tan ansiado.
Porque el alma del hombre duerme acá,
en el pecho que late enamorado,
y lo hace siguiendo el chachachá,
del tranvía que pasa por su lado.
Puede ser que despierte una mañana
y que sienta ese pulso de la vida.
Puede ser que se abra su ventana
y se cierre por fin, también su herida.
Puede ser que hasta sienta la campana
con la voz tan ansiada y tan querida.
Rafael Sánchez Ortega ©
25/08/11
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