Dicen que lloran las rosas
tras conocer esa estampa,
pero yo sé que sonríen
y que en el pecho las guarda.
Vuelan alondras y mirlos
por la templada mañana,
vienen cargados de sueño
para dormir en la plaza.
Sueñan con bosques frondosos
de las montañas lejanas,
donde los robles suspiran
y donde cantan las hayas.
Pero las rosas precoces
son esas rosas tempranas,
las que temblando susurran
entre mil gotas de agua.
Porque su llanto es templado
y su sonrisa galana,
llena de gracia y ternura
desde el rosal en que manan.
Quiero esas rosas que lloran
para secarles el alma,
para aliviarles las penas
con el jazmín y la jara.
Dicen que lloran los niños
cuando les dejan las hadas,
porque se olvidan de rosas
para acudir a la playa.
Puede que sean los mares,
con sus olitas tan blancas,
las que lesionen los ojos
de nuestros niños del alma.
Pero la rosa más firme,
esa que brilla y nos llama,
es la que guardan los labios
de una boquita encantada.
Dicen que lloran los hombres
y que destilan escarcha,
más una nube del cielo,
llega, les seca y abraza.
Lloran los hombres y rosas
en incansable fontana,
hasta que cierran los grifos
y el alma y pétalos calman.
Porque los hombres son niños
y como niños descansan,
van hacia Dios en sus sueños
y él los sonríe y los ama.
Rafael Sánchez Ortega ©
25/01/12
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