lunes, 16 de enero de 2012

ES CIERTO.


Es cierto, se me viene la hora encima
y casi me olvido de escribirte.
Pero aquí estoy,
a tu lado en estos momentos de la noche,
para decirte un ¡Hola!,
para darte un abrazo,
para mirarte en silencio y también para hablarte
y contarte algunas cosas.


Es cierto que tú no me vas a escuchar,
casi diría que hasta me ignoras,
que incluso paseas indiferente a mi presencia
y te vas a otros rincones,
donde puedes ofrecer tu hermosura
y reflejarte en el espejo de otros ojos
que te devuelvan esa imagen.


Pero yo estoy aquí, como cada noche,
como cada día desde hace tanto tiempo,
esperando tu mirada, tu palabra,
tu pequeño gesto,
ese suspiro que sale de tus labios,
el susurro de una voz que pronuncie mi nombre,
el abrazo de la brisa que me envíes,
la ola que venga hasta mi lado a dormir
en la arena de la playa.


Pero la fuerza de mis letras es pequeña
y mis versos son pobres,
no llaman tu atención porque carecen
de ese imán que atraiga tus sentidos,
que haga latir tu corazón
y que tenga la potencia de inflamar
el volcán de tu alma para hacer hervir
la sangre de mis venas.


Como no puedo abrazarte ni sentir tu abrazo,
me abrazo yo y cerrando los ojos,
sueño con que mi abrazo es tu abrazo
y son tus brazos los que rodean mi cuerpo,
los que acarician mis brazos y mi cara
y los que dejan esos latidos acelerados
que la niebla los confunde y hace tuyos.


Al final cierro el cuaderno y abro los ojos.
La oscuridad me rodea y tú ya no estás
porque te has ido.
Has marchado a otro espacio del tiempo,
a buscar a otras personas,
a darles aquello que quizás no esperaban
y a robarles el corazón que yo quisiera
que me robaras.


Y aquí me quedo,
mirando el cielo vacío por tu ausencia,
contemplando esa inmensidad que me rodea
y hablando en un monólogo de sordos,
con mis versos y poemas,
que el eco me devuelve.


Rafael Sánchez Ortega ©
12/01/12

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