En las frondosas campiñas
duermen las rosas eternas,
las que sembraron los hombres
con la sangre de sus venas.
Hoy duermen aquí las rosas,
apagada su belleza,
y lo hacen dulcemente
mientras suena la vihuela.
Hay historia tras las rosas
y un poquito de soberbia
porque hicieron que Castilla
paseara su bandera.
Rosas rojas, rosas sangre,
de trigales y de huertas,
que dormís en los jardines
entre lirios y macetas.
¿Dónde queda vuestra historia,
ese néctar que enajena,
ese brillo sibilino
que hasta envidian las estrellas?
¿Dónde fueron los blasones
conquistados con fiereza,
y los hechos puntuales
de romances y poemas?
¿Dónde empieza tanto mito,
dónde muere lo que queda,
de esa historia que heredamos
de conquistas y de guerras?
Yo pregunto mientras miro
a las rosas cual quimeras,
con sus pétalos marchitos
que no tienen la respuesta.
Ellas fueron sólo rosas,
rosas rojas, sangre y venas,
de unos hombres que marcharon
tras del Rey y su bandera.
Y se fueron desgranando
por cañadas y por vegas,
y también en los alcores
y entre el grumo de la gleba.
Es la historia y nuestra historia
lo que hoy queda de leyenda,
lo que agita nuestras almas
y a las mentes enajena.
Y por eso nuestras rosas,
tan valientes y altaneras,
(rosas rojas, rosas sangre),
de aquel sueño se despiertan.
Se revuelven en el lecho
y de nuevo reverberan,
cuando ven lo que sucede
en el alma de su tierra.
Esta no es aquella España,
ni es Castilla la que yerra,
son los hombres y es el odio,
y es la muerte la que llega.
Es el hambre quien nos llama,
en voz baja y por la fuerza,
es el miedo y el vacío
de personas con ceguera.
De cerrados corazones
que han perdido la conciencia,
que no sienten los latidos
del que pide y el que espera.
¡Ay Castilla, bella cuna,
de escritores y poetas,
hoy España necesita
la cordura de tus letras!
La cordura de unas rosas
que nos presten su sapiencia,
y un poquito de tu sangre,
siempre viva y siempre fresca.
Rafael Sánchez Ortega ©
03/02/12
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