Eran tus manos las que me faltaban
aquella tarde tan oscura y fría,
porque tus dedos siempre transparentes
tenían el latido de la vida.
Recuerdo bien la tarde que menciono,
lo mismo que mis nervios en la cita,
yo te esperé en un banco en la alameda
hasta saber que nunca más vendrías.
Entonces se inundaron unos ojos
brotando muchas lágrimas cautivas,
temblaron los cipreses de la plaza
al ver como sangraba aquella herida.
Un pecho desgarrado sollozaba
producto del amor que en él sentía,
los ojos enturbiados de aquel alma
buscaban el amor en la otra orilla...
...Ahora que ha pasado tanto tiempo
descorro sin dolor la celosía,
y dejo que mi pecho se caliente
y vengan a mis labios su sonrisa.
De nuevo yo recuerdo aquellas manos
y pienso en sus latidos y caricias,
ahora yo suspiro dulcemente
y busco entre las nubes compañía.
No quiero que me envuelva la nostalgia
y entorne la mirada compungida,
los años han pasado y yo con ellos,
y ahora mi sonrisa ya no es mía.
La tienen los amigos siempre fieles,
lo mismo que el nordeste y que la brisa,
los tienen tantos sueños de aquel niño
que vive enamorado todavía.
Él ama, (y te lo digo en un secreto),
al tiempo más hermoso de la vida,
aquel que va marcando su presente,
segundo tras segundo, cada día.
Él ama de una forma diferente
sin frases y zalemas efusivas,
tan solo con su pluma y con sus versos
que forman una nueva poesía.
Rafael Sánchez Ortega ©
02/03/12
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