Brotaron a la musa muchos versos
sellados en mis labios, sin palabras,
los besos aumentaron los latidos
y el brillo singular de su mirada.
Tu nombre fue esculpido en mi cuaderno
un día y muchos días, de mañana,
así te recordaba simplemente,
al tiempo que mis dedos te buscaban.
Buscaban a tu cara tan preciosa
en medio de la bruma y la distancia,
y entonces escuchaba aquella nota
mezclada con tu risa y con tu habla.
El tiempo se pasaba velozmente
y nada presagiaba la desgracia,
un día te alejaste para siempre
y nunca regresaste de tu marcha.
Entonces entendí lo que perdía,
amén de comprender cuanto te amaba,
tú eras la ilusión de mis sentidos
la eterna cenicienta tan ansiada.
Tú eras la princesa de mis sueños,
la niña generosa con su gracia,
la risa que llegaba a mis oídos
la dulce maravilla que soñara.
Por eso yo no olvido aquella musa,
el genio irreverente que me daba
la chispa necesaria del camino
la fuerza de seguir tras sus pisadas.
Pero ahora que comprendo todo esto
mis dedos, que te buscan, no te hallan,
y encuentro a mi cuaderno, como siempre,
que ofrece su cuartilla inmaculada.
Mi pluma se detiene con mi llanto,
mi cara la recorren unas lágrimas,
que bajan al cuaderno lentamente
y escriben esta página tan blanca.
Los versos, a mi musa, están vacíos,
ya nada los motiva en la garganta,
tampoco en lo profundo de mi pecho
existe la palabra deseada.
"...Brotaron a la musa muchos versos
que ella con cariño transformaba,
en besos que llegaban a mis labios
y en letras impacientes de su alma..."
Rafael Sánchez Ortega ©
02/10/11
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