Pasó, sin duda, una sombra,
y fue a tu lado despacio,
rozó tu cuerpo divino
en el otoño dorado.
Pero la luna creciente
brilló, en el cielo, en lo alto,
mostraba así su blancura
para admirar a los astros.
Tú la miraste en silencio
mientras besaba tus labios;
luego temblaron los juncos
del corazón enjaulado.
Sola quedaba la sombra,
solo el paseo hasta el lago,
sola la oscura campiña
con sus cosechas y prados.
Pero la luna pedía
una canción, suplicando,
unas estrofas sin nombre
para seguir caminando.
En esa noche naciente,
nadie seguía tus pasos,
nadie esperaba tu vuelta,
y a nadie ibas rezando.
Tu corazón encogido
sufríó de pronto un espasmo,
era el temblor de las sombras
el que gritó con descaro.
¡Luna, lunita, del norte!
¿dónde encaminas tus pasos?,
atrás dejaste aquel pueblo
con su sabor aldeano.
¿Acaso buscas al hombre
que te buscó sin recato?,
¿acaso piensas inquieta
que ya olvidó su recado?
...Nada sabías del niño,
nada del hombre y sus manos,
nada del dulce poeta
que te buscó sin descanso.
Pero la luna sin nombre,
la que vestía de blanco,
siguió en la noche su rumbo
en el otoño llegado.
"...Pasó, sin duda, una sombra
y te besó con descaro,
a ti, lunita, ¡mi luna!
y me robó lo que amo..."
Rafael Sánchez Ortega ©
05/10/11
¡Sin palabras, sólo puedo decir que es bellísimo!
ResponderEliminar;-) Me encanta la cadencia, el tema.
Cordialmente. Elisa