Tatué tu nombre
y el roble cobró vida
en un instante.
De su corteza
se fueron las arrugas
regeneradas.
Era tu sangre
de pronto, refundida,
por sus raíces.
Y así, mi rosa,
quedaste, para siempre,
en aquel bosque.
Bosque de hayas,
de robles y de encinas,
lleno de magia.
Y temblorosa,
de día despertabas
y sonreías.
Un nuevo bosque
surgía con su encanto
para adorarte.
Rosa del roble,
tatuada por mi mano,
nunca nos dejes.
Y si te duermes
acúnate en las ramas,
serán mis brazos.
Rafael Sánchez Ortega ©
17/02/22
Hermoso final en tu versos.
ResponderEliminarFeliz noche.
Un abrazo
Que lindo poema, ojalá cuando se tatúa el nombre de la persona amada en un árbol este no solo se regenerara él sino la persona amada. Un besote.
ResponderEliminarPoéticamente eso es como dices, pero la realidad nos devuelve al hoy, con toda su crudeza.
EliminarUn abrazo y gracias Campirela.
Seguro que el árbol lo recordará siempre, porque aunque no lo creamos, ellos también tienen su memoria. Recuerdos y más recuerdos. Un bello poema Rafael.
ResponderEliminarGracias Juan.
EliminarUn abrazo y feliz día.
Que bonito Rafael, eres mago de la poesía, siempre sacas de la galera una nueva belleza.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias por tu visita y comentario Rosa.
EliminarUn abrazo.
La verdad que tu respiras poesia Rafael,
ResponderEliminarBellisismo!
Gracias Natalia.
EliminarUn abrazo.
Es un poema mágico, una alegoría fantástica, donde el deseo se plasma en un roble, ya de por sí, fuerte y simbólico.
ResponderEliminarAbrazo, Rafael.
Gracias Verónica.
EliminarAbrazo.