lunes, 21 de febrero de 2011

ATRÁS IBA DEJANDO...



Atrás iba dejando, tras mis pasos,
caminos de inocencia,
mariposas alegres,
rosales que nacían de suspiros olvidados.

Y quedaban allí, entre la niebla,
en oscuro desorden confundidos,
tantos sueños de la infancia,
tantas olas y resacas,
tantas fiestas y verbenas,
tantos guiños de la luna y las estrellas
en aquellas largas noches del verano
y de la vida.

Y quedaron con juguetes y libretas,
con sedales y cometas,
con rumor de caracolas y la impronta
del salitre que llevaban,
rescatada de la arena de la playa,
de la costa siempre viva,
en aquella partitura de un pasado
ya lejano.

Se quedaban los caminos y aumentaba
la distancia,
aumentaban los recuerdos
como nubes de tormenta,
aumentaban los gemidos y las lágrimas
del alma,
aumentaban los silencios
en la eterna soledad de la distancia.

Sin embargo no podía detenerme,
no podía dar la vuelta y mirar
aquellas huellas tan recientes de mis pasos.
Una fuerza irresistible
me arrastraba hacia adelante,
me empujaba con el soplo de la brisa
a un destino sin fronteras,
a ese mundo imaginario
donde existe la utopía,
donde nada es diferente,
donde esperan las promesas
y los sueños en desorden.

Y por eso caminaba todavía,
con un soplo de ilusión en esa antorcha,
una llama vacilante, palpitando
entre la noche de mi alma,
animándome a seguir, en ese viaje
sin retorno,
a no parar y dar la vuelta
y buscar entre las sombras
lo que anhelo y lo que busco.

Y seguía caminando a pesar de estar
sediento,
a pesar de tener hambre,
a pesar de tener frío y faltarme
aquel abrazo que buscaba y deseaba.
Caminaba paso a paso hacia
el destierro con las lágrimas resecas
de mis ojos,
con los labios agrietados y sin besos,
con el alma traspasada por la fría
indiferencia de la vida.

Caminaba paso a paso hacia la nada,
caminaba simplemente tras la antorcha
que alumbraba en la distancia,
como un faro solitario de la costa.

...Ya quería tener cerca su figura,
abrazarme a sus paredes y dormirme
entre sus brazos.
Ya quería que esa luz parpadeante
se acercara,
me envolviera y me cegara,
me llevara tras sus pasos
y anulara mis sentidos.

Y por eso caminaba,
con un rayo de esperanza,
tras el último suspiro de una tarde
que marchaba hacia el ocaso,
extendiendo bien mi mano
y pidiendo, simplemente como un niño,
nada más que aquel abrazo, y unos labios
con el beso tembloroso que anhelaba
y deseaba,
sin promesas ni palabras...

Rafael Sánchez Ortega ©
21/02/11

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